En la actualidad, para la población del planeta la vida en las ciudades es la predominante. Esta situación, ofrece a las personas oportunidades para prosperar e innovar; es decir, la posibilidad de nuevas formas de inclusión social y de mayor igualdad. Nuevas formas de vida son una consecuencia de la aglomeración urbana y de una densidad elevada de población, en condiciones adecuadas de habitabilidad permitiendo la generación de conocimientos intensivos, tales como la tecnología, las finanzas y los servicios creativos; de esta forma, cuando las personas y estas actividades tienen la posibilidad de compartir ideas y experiencias, ocurre la innovación.
Asimismo, las ciudades resultan atractivas para quienes ven en ellas un cúmulo de iniciativas, experiencias, nuevas oportunidades y medios para mejorar su calidad de vida. Por ello, nuestras ciudades deben incluir nuevas expresiones de arquitectura y principalmente espacios públicos en los que la gente pueda interactuar y la cultura pueda prosperar, dentro de unos valores democráticos que alienten y fomenten la equidad, la justicia y la participación pública. Estos aspectos de la sustentabilidad están entrelazados y son complementarios. Sin embargo, todavía muchas de nuestras ciudades siguen atrapadas en el desorden urbano, desigualdad y pobreza, así como graves problemas ambientales. En estos casos, la desigualdad y la exclusión son aspectos dominantes a niveles muy alejados de un desarrollo sustentable y en algunos casos extremos, ponen en riesgo al orden social. En relación con estos problemas estructurales, no mucho ha cambiado en los últimos cuarenta años, más bien se han reforzados por los desafíos sociales derivados de lo que Zygmunt Bauman llama “la modernidad líquida”; es decir, profundos cambios que han ocurrido entre las elecciones individuales y las acciones colectivas en la sociedad contemporánea; cambios que exigen repensar los viejos conceptos que solían articularla. En la ciudad, como construcción entre lo público y lo privado, se ha venido replanteando esta relación. El espacio público en general ya no conserva sus formas y persistencias en el tiempo y se ha dejado que el peso de la forma y funcionamiento urbano recaiga en las acciones privadas o de los individuos. El debate es: si esto es inevitable y debemos buscar nuevas pautas, o si es posible la recuperación de viejos conceptos y prácticas.
Por estos motivos, organismos multinacionales han aprobado los Objetivos del Desarrollo Sustentable y la Nueva Agenda Urbana, documentos que buscan orientar sobre como los gobiernos locales deberían promover el desarrollo urbano durante los próximos años. Así, algunas ciudades en el mundo han estableciendo su Agenda Urbana, estructurada e integrada por políticas públicas, estrategias y proyectos, para una planificación y gestión urbana adecuada con el fin de transformar a las ciudades en espacios de oportunidades para el progreso económico y social, reconociendo a la densidad, la diversidad y el orden urbano como una respuesta a los desafíos ambientales, a los problemas de movilidad urbana, y a la integración y la lucha contra la desigualdad como la vía hacia la sustentabilidad.